Miguel Ángel Solá podría dejar los escenarios tras Por el placer de volver a verla, obra en la que junto a Blanca Oteyza nos cuenta el diálogo entre hijo y madre de una manera muy emotiva, basados en el recuerdo de esos momentos tan intensos que nos pasan en la vida. Una madre de nombre Nana, que está personificada en Oteyza, plasmará sobre el escenario sus dotes interpretativas, así como su temperamento y convicción. Por ello, estamos ante una obra ideal para ir a verla con tu madre.
Por tanto, el amor y el diálogo serán los sustentos de esta obra, que trata del infinito placer de comprobar que la realidad y la verdad no son la misma cosa. Con todo ello, Por el placer de volver a verla busca conmover al espectador. El montaje está dirigido por M. González Gil, quien recupera a la pareja Oteyza-Solá, quienes ya triunfaron en sobre los escenarios de Argentina.
Más información de Por el placer de volver a verla
Dónde: en el Teatro Amaya (Paseo del General Martínez Campos, 9).
Cuándo: hasta el 2 de Mayo de 2010.
Horarios: miércoles, jueves y viernes a las 20:30 horas; sábados en doble sesión: a las 19:30 y a las 22:00 h; domingos a las 18:00 h.
Precio: de 10 a 25 euros.
Cómo llegar: metro Iglesia.
teatro en estado puro. emociona el tema, los actores grandes e insuperables y el texto…maravilloso. no se puede dejar pasar algo así. quiero volver a verla.
Volveré a verla. Ayer, Jaime Azpillicueta hizo de esta función un elogio antológico y lleva razón. Mi placer se remonta a Santander donde les vi por primera vez. Cada vez que bajo a Madrid mi compromiso es con ellos. No me han defraudado nunca, me han mantenido en el límite de mi emoción y la suya. Han sido conmigo veraces. Eso se comprende si una y otra vez alguien te acuna, te lleva en volandas y te sopla el aliento de la ilusión y la poesía. Nuestro corazón está lleno de ella aunque no lo muestre un electro. Volveré una vez más.
De pequeño mi madre me enseñó que en esta vida todo merece un esfuerzo, que nada viene por obra o gracia del espíritu santo, que en el futuro serás todo aquello por lo que estés dispuesto a luchar, que la familia es lo único que perdura y que el tiempo arrasa con el resto. Me advirtió que la gente viene y va, que hay que aprovechar el presente y sobretodo, que hay que querer, aprovechar cada momento y entender que los cambios vienen de forma tan intempestiva que apenas te da tiempo a saborearlos. Siempre me ha animado a soñar sin basarme en utopías, a buscar mi camino, luchar por lo que es mío y tener en cuenta que la satisfacción no sólo llega cuando se ha cumplido con las aspiraciones y deseos personales, sino también cuando se ha hecho feliz a los demás. Me ha acompañado durante todo mi proceso de maduración y ya ha advertido que siempre va a estar a mi lado.
Por eso entiendo a Michel Tremblay, dramaturgo y escritor canadiense que realiza un retrato apasionado de su madre en Por el placer de volver a verla, una obra que se representa en el Teatro Amaya de Madrid desde el pasado 24 de Marzo. Voy a intentar contar poco sobre ella puesto que, en este caso, lo más recomendable es ir al teatro a verla y, si ya se ha visto, volver otra vez. Quizás se puede decir que sólo hay dos personajes en escena que se quieren dentro y fuera de las tablas, que hablan durante casi dos horas sobre las relaciones humanas y tienen el atrevimiento de meterse sutilmente en la personalidad y la conciencia del público. Uno de ellos es un escritor que vive prácticamente en la ficción, como tantos de nosotros, para no hacer frente a varias dudas, indefiniciones y a su propio proceso de madurez. El otro es Nana, la mujer más importante de su vida, que lo acompaña durante los diez años que narra la obra con admirable valentía.
El texto de Tremblay es de una calidad narrativa impagable, explora las noticias que nunca vemos en los medios pero que existen, como la capacidad de soñar, la frustración, el amor y el olvido, a través de un discurso sobrio y definido que consigue que el espectador crezca viendo esta obra. La actriz Blanca Oteyza mantiene una interpretación rigurosa apoyándose en los cambios de vestuario, sus entradas y salidas del escenario y la exageración que requiere su carácter. En mi opinión, su mayor mérito radica en haber universalizado su personaje, con el que consigue que se identifiquen todas las madres. Por otra parte, el actor argentino Miguel Ángel Solá pone el teatro a volar por encima del resto de la ciudad metido en la piel del escritor. Rara vez se puede asistir en el teatro al espectáculo de un actor como este, que mediante el contacto visual, los gestos y la voz, desprende un magnetismo que indaga de lleno en las frustraciones y la ambición de los que se sientan en el patio de butacas. Cómo extrañaba apasionarme por algo y dejarme llevar por un torrente interpretativo como este. La crítica ha alabado la obra pero también hay un grupo de detractores que argumenta falta de acción, personajes que no evolucionan y que acaban por convertir la representación en repetitiva y perfectamente calibrada. Pero incluso los que hablan de un teatro a medida para las masas reconocen la inaudita habilidad para controlar los sentimientos del público, que se entrega al torrente escénico de sus dos intérpretes. Podría decirse que durante la función Solá hace malabares con las emociones, en esta obra que ha sido calificada de pura inteligencia emocional.
Texto: Guillermo Aroca. Domingo 10 de Abril de 2011 18:02
Por el placer de volver a verla.
¿Has visto alguna vez una obra de teatro que te haya emocionado? Realmente, ¿la has visto? Pues si tu respuesta es quizás o alguna vez o incluso nunca, tengo una obra de teatro para recomendarte, una obra que considero imperdible tanto por su dinamismo escénico como por su elenco mínimo, formado por dos actores de primer nivel: Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza.
Pareja en la vida real, estos dos grandes actores, de facultades simbólicamente ambivalentes, nos regalan una hora y media del mejor teatro a través de pensamientos y emociones tan profundas como simples, de escenas inolvidables y risas incontenibles.
La historia, escrita por Michel Tremblay, gira en torno a un ya maduro dramaturgo que evoca a su madre, de quien guarda un hondo recuerdo. El actor nos muestra a su madre tal cual él mismo la vivió, como su verdadera fuente inspiradora en la vida, dueña de un fuerte carácter maternal y un sentido de la vida sensible y perceptivo. Una mujer que le ha dado no sólo material para su carrera teatral. También ha sido trascendental como paradigma, por su conducta, por su vigor.
Conmovedores en el sentido literal de la palabra, Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza nos dan una señal magistral de los valores que manejamos a diario y que parecen disiparse en la rutina, de la importancia del diálogo con los integrantes de la familia, de lo mucho que cuesta crecer y de lo fundamental que es relacionarse con los otros para desarrollarse personalmente. Moviéndose por el escenario con la naturalidad propia de la experiencia, nos conceden el obsequio de la reflexión, de saber que nunca es tarde para hacer lo que alguna vez deseamos y decir lo que muchas veces tuvimos que callar. Y lo mejor de todo, que la obra sigue todavía en cartel y que seguramente será un placer volver a verla.
Ignacio Vanini. (La Tierra fugaz). November 2010.
LA INMORTALIDAD EXISTE.
Existe para algunos pocos elegidos, pero existe. La mayoría de las veces porque esas mismas personas la han buscado, pero otras veces, se consigue sin quererlo, solamente por amor y este es el caso de esta obra. La inmortalidad de una mujer gracias al amor de su hijo. Un hijo que cree que todo el mundo debe conocerla, por ser una mujer especial. Realmente es especial y conocerla lo mejor que te puede pasar.
Por el placer de volver a verla es el ejemplo más bonito de como alguien, por amor, consigue traer a esa persona que tanto añora de vuelta a la vida.
Es el teatro dentro del teatro. Es Tremblay (o su equivalente en actor) presentando a esa mujer que tanto ama al público, recreando su vida otra vez, para ofrecerle el final que se merece, repleto de amor, de belleza y de honor. Sin atrezzo, sin más personajes que ellos dos. El escenario prácticamente vacío y aún así logras sumergirte del todo en la historia. Es la historia de amor más pura y sencilla contada a través del cuerpo de otros actores.
Es muy difícil explicar la peculiaridad de esta obra de teatro. La verdad es que nunca había oído hablar de Michel Tremblay y ha sido con esta obra con la que he descubierto a uno de los escritores más emotivos que he tenido el placer de vivir.
Me da la sensación de que Tremblay sufre un poco el síndrome de mamitis que sufría (o sufre) Almodóvar. Es una persona profundamente enamorada de su madre, tremendamente ligado a ella, para quien no existe nadie más y para quien nadie podrá ocupar su lugar. Normalmente suelo tener sentimientos de rechazo antes estos casos de mamitis tan exagerados, pero en esta obra se respira tanto amor, tantas ansias por hacer lo imposible por otra persona, tanta fuerza, que al final de la obra lo único que puedes hacer es llorar. Llorar y desear que algún día, alguien sea capaz de quererte de la misma manera y con la misma intensidad e intente por todos los medios recordarte e inmortalizarte una vez te hayas ido.
Esta obra (título original Encore un fois, si vous le permettez), ha sido ganadora del premio Chalmers y del premio Dora Mavor Moore en el 2000. No es que sean premios súper famosos y fantásticos, pero ahí están. Fue escrito en solamente 3 días y ha sido traducida a más de 22 idiomas, siempre con una crítica excelente. Es sin duda la obra más desinteresada y mágica que he visto en mucho tiempo y una de las mejores maneras de pasar un viernes o sábado noche.
¿Por qué mola tanto la obra?
Mola por muchas cosas, te ríes, lloras, te vuelves a reír y pasas un buen rato. Pero sobre todo mola porque escribiendo esta obra, Tremblay ha logrado que su madre resucite varias veces al día, en diferentes partes del mundo, cada vez que un teatro decide ofrecer su obra. Porque en el momento en que su madre está ahí, viva, delante de él, la hace feliz, la convierte en reina, se desvive por darle la despedida que no le pudo dar. Porque, especialmente al final, puedes sentir el amor que hay sobre el escenario, lo lejos que ha llegado una persona para demostrar amor, para inmortalizar a la persona más importante en su vida, para traerla una y otra vez a la vida y así no tener que decir adiós jamás de manera definitiva.
Mola porque, durante los 90 minutos que dura la obra, te olvidas de ti, de tu situación, de tus problemas y preocupaciones, para convertirte en un mar de emociones. Vas a reírte mucho y vas a llorar mucho. Vas a sentir mucho. Y sentir tanto, hasta ser incapaz de hacer cualquier cosa que no sea sentir, es de las experiencias más enriquecedoras que hay, porque nada nos hace más humanos que sentir.
La obra se puede ver en estos momentos en su segunda edición en el teatro Amaya de Madrid, Paseo. General Martínez Campos 9.
La recomiendo encarecidamente.
By Nat in Mola vivir otras historias Tags: teatro, emociones, artes escénicas, actuaciones
Entiendo cuando en el programa de mano me dicen que la ‘realidad’ podrá ser lo que sea, pero que la verdad, es nuestra necesidad, nuestra ilusión de que algo altere, carcoma, funda, aletargue, aplaste, destruya, haga invisible esa realidad que nos provoca llagas por todas partes. Entiendo cuando hablan del sueño como oponente al miedo. Entiendo Por el placer de volver a verla desde una tierra inalterada por las órdenes que se nos dictan desde el plano diario, órdenes que nos dice que ‘nos guste o no, la única verdad es la realidad’. Más allá de autor, actores, director y hasta productor, más allá de las críticas a favor, y de nosotros, su público, ésta obra es buena porque hace bien a la gente que cree que el bien existe. Yo soy de esas y no me faltan ni pruebas ni argumentos para creer. Mi más sincera enhorabuena a esta gente que tiene el valor de mostrar en voz alta sus valores y exponerse a las mofas de los que detestan cualquier vestigio de esperanza en nosotros mismos.
Por el placer de volver a verla… Y no me estoy refiriendo al título de la obra de Michel Tremblay que se representa en el Teatro Amaya. Hablo de la sensación que esta obra deja en el público una vez baja el telón. En realidad la pieza teatral no va de nada en concreto y sin embargo trata acerca de una figura esencial para todo ser humano: mamá.
El planteamiento es muy simple: un hombre que recuerda los momentos más significativos que pasó con su madre. Esta sencillez es la que ha caracterizado a las grandes obras de la Historia: los celos, un amor imposible, el instinto superviviente, la vanidad… La clave de una obra maestra, como dijimos cuando analizábamos Falstaff, nunca está en el qué, sino en el cómo. Y sin duda, Por el placer de volver a verla contiene todos los elementos para no pasar desapercibida en los próximos 300 años.
No ha habido un solo espectador que haya sido capaz de pensar en algo que no fuera la relación de un hombre, cuyo nombre siquiera es relevante, con su mamá. Con una mamá cualquiera, aunque en este caso sea la suya. Es magistral la manera en que universaliza el carácter de una madre sin pasarse a lo tópico, a lo manido. Solo voy a desvelar un mini-diálogo para que veáis lo que quiero decir. El hijo: «Mamá, tu receta de endivias con bechamel quedaría mejor si tuviera algo más del elemento que le da nombre al plato y menos del que lo adorna» La madre contesta: «¿Hay alguna cosa en 19 años que te parezca que haya hecho bien?».
Dramática, exagerada, teatrera e incluso sarcástica como única forma de afrontar la realidad, resulta a la vez humana, protectora y leal. Constante en el apoyo, fiel en el cariño, cansina con la educación… Simplemente mamá. Miguel Ángel Solá interpreta con una versatilidad encomiable a su mismo personaje en distintas edades. Curioso ver cómo un señor de 60 años juega a ser un niño de 11. Asombroso cómo el público se prende en el juego y ve a un nene tratando de zafarse de una mamá enojada que lo reta por alguna travesura sin intención. Blanca Oteyza también interpreta bien a Nana, la madre. Mejora a medida que va avanzando la obra y acaba por convertirse en un personaje entrañable, frágil en su fortaleza y tierno en su inflexibilidad.
Emotiva, conmovedora, muy bien escrita y mejor dirigida, Por el placer de volver a verla es de esas obras que cualquiera que tenga una mínima sensibilidad artística no puede perderse. Nunca he creído en el día de la madre. Considero que la simple circunscripción del homenaje a una persona, sean enamorados, amigos o hijos, a un solo día es absurdo. Hoy he salido del Teatro Amaya pensando «qué buen regalo para mi madre. Qué forma tan apropiada de decirle que la quiero». Ya sea para rendirle un pequeño homenaje el próximo 1 de mayo, o simplemente por el placer de hacerla feliz, id a ver con ella esta magnífica obra. Expresadle vuestro amor ayudados por esta obra de teatro y será la más bella de las verdades que podréis regalarle.
María Cappa. Publicado: 28-04-11.
Nos ha encantado. Es estupenda
EL AIRE LIBRE DEL GRAN TEATRO
Hay días en los que la calle es una encerrona y hay que salir de ella para encontrar el aire libre. El pasado fin de semana fue el ejemplo perfecto de lo que digo y poner un pie en la calle era meter la mano en un avispero, con la algarabía, el gentío, con la profusión y confusión de banderas, de convicciones, ilusiones, falsetes, con la falta de horizonte (la masa no es transparente)… En fin, no era fácil encontrar entre las muchedumbres dueñas de la calle un agujero por el que salir de ella, una puerta hacia la singularidad, una silla, digamos, desde la que ver o paladear una idea, un sentimiento que no estuviera reblandecido por la salivación de políticos y/o embaucadores.
De mí puedo decir que la encontré el sábado, pero podría haber sido también el domingo. Me refiero a la puerta para salir de la atestada calle y encontrar el aire libre. Era la puerta del Teatro Borràs, donde se representa una obra de título imbatible: “Por el placer de volver a verla”. Frente a la aglomeración de fuera, allí, en la escena, sólo había dos personas, él y ella, pero no necesitaron más que unos cuántos minutos para multiplicar por cien la autenticidad, la idea, el sentimiento y el vínculo con el meollo con el ser humano, que no es, precisamente, algo que pueda ser envuelto un día o dos, o más, en una bandera, sea bicolor, tricolor, de barras, con o sin estrellas…
Una vez allí, en el teatro, el actor Miguel Ángel Solá consigue reducir toda la complejidad del mundo a algo tan delgado y transmisor como un cordón umbilical: la evocación (quizá, invocación) de la madre, al espíritu, la personalidad, el carácter y la cháchara de quien quiso convertir tus naipes en castillo, una palabrería y una personalidad a las que les da cuerda Blanca Oteyza llevando la escena a ese terreno limpio, aromático, recién horneado de la añoranza. Un prodigio en la escena. Solá, su personaje, empequeñece de nostalgia, mientras que Oteyza, su evocación, crece y florece con el riego aspersor de la melancolía. Decía ayer Solá en una magnífica entrevista que a nadie le gusta ser menos de lo que fue. Lo decía de sí mismo, a propósito de unas rajaduras de tristeza que se le han quedado pegadas en la cara tras sus dos graves accidentes y sus secuelas, pero tal corolario, tal inapelable verdad, tiene su mejor lectura y su mejor versión en el propio placer de verlos en el Teatro Borràs, donde de un modo sencillo, entrañable y fascinante te muestran el camino para comprender y aceptar lo que eres mientras miras con los ojos vueltos a lo que eras.
Y así, por escapar de la farsa callejera, es como uno fue a caer en el gran teatro.
El aire libre del Gran Teatro. Oti Rodríguez Marchante. ABC Barcelona.
Nos ha encantado. Fuimos en grupo a verles y nos pareció una obra deliciosa a todos y enormes sus actores.
Es una muy buena salida al teatro. Es, entre otras cosas, no perder el dinero y salir lleno de tiernas sensaciones. Mi nacimiento se llevó a mi madre, pero siento, presiento que ella y yo hubiéramos sido así y nos hubiéramos querido así. Fran
Maravillosa. dos actores inmensos y un texto que emociona de principio a fin. Risas, lágrimas y un enorme caudal de amor envidiable.
Esta obra es útil al sentido de la vida, y es más que una comedia tierna y emotiva: es la voluntad de querer más allá de la muerte, es la derrota del tiempo como uso horario, es el estado de gratitud que permanentemente le negamos a la vida, es la luz colándose en los recintos más abandonados de los fundamentos de la vida. Una madre y un hijo hacen la historia del mundo. Quien lea en esta historia la esencia será un espectador feliz, inmune a la enfermedad de los espejos deformantes en los que nos vemos reflejados a diario. Soy terapeuta y creo que esta función vale lo que veinte sesiones de las que, con toda la capacidad que poseo, suelo dar. Arroyo Leyra
Extraordinaria. No dejéis de ir a verla. Emociona y da alegría. Hablé con mi madre ni bien salir del teatro y quedé en volver a verla con ella, es la mejor manera de decirla que la quiero, que también yo le debo el ser hoy un hombre entero y muchas veces, como ayer, feliz.
Esta obra es útil al sentido de la vida, y es más que una comedia tierna y emotiva: es la voluntad de querer más allá de la muerte, es la derrota del tiempo como uso horario, es el estado de gratitud que permanentemente le negamos a la vida, es la luz colándose en los recintos más abandonados de los fundamentos de la vida. Una madre y un hijo hacen la historia del mundo. Quien lea en esta historia la esencia será un espectador feliz, inmune a la enfermedad de los espejos deformantes en los que nos vemos reflejados a diario. Soy terapeuta y aventuro que esta función vale lo que veinte sesiones de las que, con toda la capacidad que poseo, suelo dar. Arroyo Leyra.
Estupenda función. De lo mejor que he visto en mucho tiempo. Ellos son grandes actores y la obra una verdadera sorpresa. Os queda poco tiempo porque la obra baja de cartel la semana próxima. No la dejéis pasar.
Muy buena. Una noche muy especial de lágrimas y risas. Nos ha encantado. Bravo.
Ya he visto dos veces la obra y espero poder verla alguna vez más. Manantial de talento, de sinceridad, de intimidad, de calidad… Dos actores inimitables que, como siempre que se suben justos a un escenario, generan una cantidad de magia y de amor tal que uno no llega a agradecerlo como debería desde la butaca. Son pocas las oportunidades que tenemos de ir al teatro y recibir tanto por tan poco.
La obra es muy entretenida y llena de detalles singulares que no he visto en otros espectáculos. Y sus actores imponen, como decimos en nuestro quehacer, un sello de calidad, una garantía. No soy de llanto fácil, pero la función me hizo sollozar, tal cual lo escribo, en más de una oportunidad, y mantuvo en mí una permanente sonrisa durante el resto de la velada. Ella tiene un estilazo y un encanto únicos y él es una especie de mago. Dos y sin elementos a la vista: puro teatro. Tiene valor. Mucho valor.
Excelente. Una función fuera de lo común. No lo dudéis: ir a verla.
Una maravilla. Deliciosa, divertida, ágil y de hondo calado. Tiene todo. Así da gusto ir al teatro, y firmo sin ningún complejo por todos los espectadores que estuvimos en el teatro el domingo anterior. Les deseo lo mejor y más.